Con todo el vendaval de acusaciones, condenas e insultos dirigidos a la República Dominicana por causa del tema haitiano dos cosas deben resaltarse: la ignorancia de la gente no tiene límites, y, en consecuencia, se dejan llevar de cualquier propaganda sonora, sin importar lo falsa o malintencionada que sea.
Que el tema haitiano es uno que lleva décadas y que por mucho tiempo se dejó que saliera de control es una realidad. Que ha habido fallos en el proceso es otra realidad. Incluso podría verse el manido argumento de la solidaridad y concordar en que esa gente no tiene la culpa de la situación y merecen ayuda. El problema es que si nos llevamos de la pena y la solidaridad, entonces el mundo entero debería eliminar sus fronteras y simplemente permitir que cualquier entre, haga vida y use los servicios y facilidades. Después de todo, Haití no es el único país en situación de miseria, y muestra de ello es el drama que se da en el Mediterráneo con inmigrantes africanos que buscan desesperadamente un mejor porvenir.
Así como se resaltan los fallos y el descuido con el tema, es justo resaltar que por décadas la República Dominicana ha sido más que solidaria con su vecino, una palabra que en buena teoría no debería aplicar a un país que ha demostrado con sus últimas acciones ser un enemigo jurado. Si antes se les daba el beneficio de la duda, desde anteayer queda claro que esa es la triste realidad: las autoridades haitianas, lejos de ayudar a solucionar su propia situación y colaborar con este país para lograr un crecimiento conjunto y estable, prefieren imponer vedas y atacar descaradamente en escenarios internacionales con mentiras y exageraciones.
Esta actitud se viene observando desde hace meses. En cada reunión bilateral se vio la tendencia de decir una cosa para luego hacer la otra, algo parecido a la proverbial "gatita de María Ramos".
¿Qué ha pasado entonces? Ahora que la República Dominicana se ha defendido formalmente de tantas acusaciones y condenas, la campaña ésta ha arreciado. Ahora todo el mundo es experto en migración haitiana hacia la República Dominicana. Todo el mundo es experto en cuestiones socioculturales y en temas de racismo. Se afirma que el dominicano es racista, que odia a los negros, que odia a los haitianos y que el culpable de eso es Trujillo. Se afirma igualmente que somos malos y que no merecemos que nos vengan a visitar porque eso sería apoyar un crimen contra la humanidad.
Cuánta estupidez e ignorancia dejan entrever estas posturas. Quienes proponen un boicot a la República Dominica no se detienen a pensar que esa acción traería más miseria a los propios haitianos, tal como planteó Pedro Cabiya en su respuesta a Junot Díaz. Nada más hay que ponerse a ver la cantidad de haitianos que trabaja en cuestiones derivadas de la industria hotelera para entender que este punto es más que válido. Pero aparte de eso, este país ni es rico ni tiene la obligación de acoger a los haitianos de por vida. Si por Haití fuera, todos emigraran porque, tal como decía aquel artículo de Le Nouvelliste, no hay futuro allá, dicho por sus propias autoridades.
Esta situación es insostenible a largo plazo, y eso lleva a otro punto: esos que se han dedicado a criticar y juzgar a un país que ni siquiera conocen, ¿por qué no hacen algo REAL por ayudar a los haitianos? Si tanto les preocupa su bienestar, entonces que los acojan, que les den entrada libre, papeles, trabajo y buena calidad de vida. Hay, después de todo, muchos otros países que son más ricos que República Dominicana, con mejores condiciones y mayor cantidad de territorio disponible. ¿Y entonces? ¿Por qué no asumen esa iniciativa?
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